TLLM se complace en presentar a Miles F. D. joven escritora poseedora de un potencial prometedor y una infancia levemente traumática.
Esperamos que, así como nosotros, disfruten de la lectura:
Pasame la coramina
Las noticias sobre ella le llegaban cual prensa amarillista, impregnando las paredes con exageraciones gratuitas y morbo declarado. Ella era todas y todas eran ella. Combinada en todo y nada, esparcida y por lo tanto inexistente, camuflada. Si se puede decir que alguien existe cuando está cortado en pequeñas piezas, escondidas en diferentes partes del infinito, podríamos bien considerar cierto a Osiris y alzarlo así como nuevo Dios.
Porque alguien fragmentado no vive, ¿no? Es decir, está técnicamente muerto. Y entonces, su vida era un hecho contra-natura. ¿Cómo puede algo muerto estar vivo? Intentando tomar justicia con sus propias manos, se había resignado, cansado ya de su propia recurrente cobardía evidenciada por sus manos temblorosas aferrando apenas el revolver, o el sudor frío recorriéndole la frente mientras miraba abajo desde aquel noveno piso que era su hogar.
Y es que Rosa, o sus palabras que en sí eran ella, cumplía la función de un par de tijeras, separándolo. A nivel figurado (o literal, viniendo al caso), si es que se le puede decir así a arrancar a mordidas la parte efímera del ser de aquella física.
Debe ser un tema vivir con la sombra oscureciendo los pies de otra persona, o con los pensamientos perdidos en algún cajón cerrado con llave en una cómoda barroca, oculta en algún mercado de pulgas del Abasto.
Y todo esto debería ir en pasado, pero él lo escribía en presente en su diario íntimo del día (porque estrenaba uno todas las semanas, y nunca usaba el mismo dos días seguidos). Porque Rosa, como dije antes, no estaba más y sabía de ella a través de retazos de conversaciones, gritos telefónicos y cosas de la índole. Y para él, como también aclaré antes, Rosa ya no existía más como tal, sino que sus recuerdos eran islas de cordura en medio de un mar demasiado salado para alojar cualquier esperanza de vida.
Y en el laberinto formado por surcos en bajo relieve, calados en su propia piel a fuerza de metal y ríos sanguinolentos, lograba perderse fácil. Tan fácil que cada vez era menor el tiempo (que ya de por sí era poco) que pasaba fuera de aquellos jardines dantescos. No es que no le agradase estar allí, extraviado en sí, pero luego de un tiempo llegaba a ser algo monótono. Como una voz monocorde o un buen vaso de vino tinto. Susurros lo invitaban a quedarse, dormir, descansar allí. Pero claro que él no mordía aquellas manzanas tan rojas y de apariencia suculenta. Y la serpiente siseaba, enfurecida, antes de abalanzarse sobre él, tragarlo, y enviarlo así a otra instancia de su propio ser.
Era casi un cuento sin final.
Y las horas que pasaba allí encerrado eran infinitas.
Lo único que lo mantenía lejos de la tentación era su propósito.
Debía encontrar la llave y salir. Salir.
Pero siempre estaba encerrada tras una pared de espinas, coronada por rosas. Rosas rojas. Como las manzanas. Y hermosas, simplemente hipnotizantes.
Y el corazón, estrangulado por el vacío circundante, simplemente se niega a latir.
Grandes Artistas: Miles F. D.
lunes, 24 de marzo de 2008
Publicadas por teleolamente a la/s 11:03 p. m.
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